Las primeras representaciones pictóricas de San Martín surgieron en vida, aunque fueron escasas. Muchas de las imágenes más difundidas se basaron en descripciones o en grabados, ya que el General vivió gran parte de sus últimos años en Europa. El daguerrotipo tomado en Boulogne-sur-Mer poco antes de su muerte fue fundamental para fijar sus rasgos. Sin embargo, fue el pintor peruano José Gil de Castro quien ofreció algunos de los retratos más emblemáticos, mostrando a un San Martín firme, de uniforme militar, con una expresión serena y disciplinada. Esta versión del héroe se convirtió en el modelo oficial, reproducido en documentos, escuelas y espacios públicos, consolidando la iconografía del Libertador.
Con el paso de los años, la pintura argentina comenzó a apartarse de esa visión estrictamente histórica. En el siglo XX, especialmente bajo la influencia del muralismo, su figura fue resignificada en clave social y política. En murales de espacios públicos se lo representó junto a campesinos, obreros y otros héroes latinoamericanos, transformándolo en un emblema de la lucha por la justicia y la emancipación. De esta manera, San Martín dejó de ser solo un líder militar para convertirse en un símbolo cercano al pueblo y a sus reivindicaciones.
El arte popular lo situó en contextos más humanos, conectando su gesta con causas contemporáneas. Esa transición lo volvió una figura viva en el imaginario colectivo, capaz de inspirar más allá de las conmemoraciones oficiales. En las manos de muralistas, pintores y dibujantes, San Martín se convirtió en un puente entre la memoria histórica y los desafíos sociales del presente.
Además, su presencia en la pintura argentina permitió mantener viva la reflexión sobre la identidad nacional. Cada reinterpretación de su rostro no solo fue un homenaje al Libertador, sino también una pregunta sobre qué significa la libertad y cómo se ejerce en cada época. Así, las obras que lo muestran marchando con campesinos o mirando hacia un horizonte utópico no hablan únicamente del pasado, sino también de las esperanzas y de las luchas del presente.
El San Martín de la pintura argentina, entonces, no es un retrato estático, sino un símbolo en movimiento. Sus rostros pintados reflejan tanto al estratega del Ejército de los Andes como al compañero de luchas populares, recordando que su legado no pertenece únicamente al pasado, sino que se renueva en cada trazo que lo reinterpreta.